¿Juego o desafío?




Vane


Desde su anuncio en 2014, el juego independiente Vane llamó la atención de muchos jugadores. Su estética de grandes escenarios desérticos, un ave que se transforma en niño, y la sensación de soledad que transmitía hacía pensar que podíamos estar ante un juego digno de Team ICO o thatgamecompany. La verdad es que Vane en apariencia sí parece mirar de reojo algunos aspectos de ICO, Shadow of the Colossus, Inside o Journey, pero son más los ambientales, narrativa o búsqueda del minimalismo que el jugable. Y lamentablemente, no está al nivel de esos clásicos modernos.

Que el juego evite dar pistas de nuestro siguiente objetivo puede frustrar a aquellos jugadores poco interesados en explorar los escenarios hasta dar con el siguiente paso. No se trata de recibir todo mascado, sino que a veces el juego funciona con una lógica un tanto extraña y no siempre es evidente; y sin reglas claras, no hay ingenio que valga, se trata de simple experimentación. A esto hay que sumar un problema: los puntos de guardados, que se sitúan entre "actos", lo cual a veces se antoja demasiado tiempo para aquellos que simplemente quieren jugar en sesiones cortas o prefieren jugar con calma –en tu primera partida no sabrás si estás cerca o no del guardado-, y a nadie le gusta perder 30 minutos o más sólo por no cambiar de zona.

La verdad es que Vane tiene puntos positivos, y el de la ambientación es sin duda uno de ellos. Aunque a simple vista se ha comparado con los juegos de Team ICO, tiene su propia personalidad: ligeramente low poly, efectos de distorsión en el entorno, una paleta apagada, un buen contraste entre el enorme mapa abierto de la superficie con las oscuras grutas y una melancolía potenciada por la música –cuando suena- de toques electrónicos. Sin embargo, no todo en los gráficos es sobresaliente.



Muchas de las localizaciones son impactantes.

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